A mi ángel
En 2015 nació mi hijo Juan José (Juani), con él nos cambió la vida para siempre. Fue un duro golpe cuando tuvo que ser operado de urgencia con un mes de vida, por un quiste en la cabeza que le había causado una hidrocefalia. El 3 de julio mi hijo demostró que era un niño fuerte y valiente y a partir de entonces teníamos que ser fuertes como él.
En septiembre mi hija Aitana empezó P3 en el colegio Amor de Dios –Turó de la Peira- de Barcelona; tuvimos la suerte de que le tocara sor María José como profesora, una hermana de la Congregación.
El primer día que vi a María José con mi hijo en brazos supe que sería nuestro ángel. Es difícil de explicar la conexión tan grande que tenía mi hijo con ella, se desvivía por estar con ella, por colarse en su clase, por recibir un abrazo suyo. Durante dos años las cosas no cambiaron, solo que mi hijo iba creciendo, pero la imagen era siempre la misma, cada mañana el Juani loco por irse con María José, que lo cogiera en brazos y ver como entraban todos los peques al cole, mientras yo esperaba a que se viniese conmigo; una batalla cada día porque a él lo que le hacía feliz era estar allí con ella.
Fueron dos años maravillosos, donde María José siempre aceptó a mi hijo como uno más, jamás le importó quedarse con él cuando yo tenía que ayudar en alguna cosa, o que se recorriera la clase tocando todas las cosas, o que encendiera y apagara la luz del pasillo cada mañana, o las veces que se sentaba en una sillita como si fuese uno más de la clase.
Pero llegó un día que María José tuvo que cambiar el rumbo de su vida y ya no estaría con nosotros. Jamás me había permitido a mí misma caer, a pesar de las muchas cosas que tenía que superar mi hijo, pero esto no me lo esperaba y sentí un vacío, un vacío que nadie podría llenar. Con el paso de las semanas comprendí que lo que pasaba es que con María José había sentido la plenitud, algo que no sabía que la tenía; sentía vértigo, tristeza, no tenía fuerzas para continuar batallando el día a día con mi hijo. A mi hijo le ayudan muchos profesionales, pero yo estoy segura que quien realmente le hubiese ayudado hubiese sido ella. Me dolía que mis hijos no pudieran volver a disfrutar de ella, no volver a ver a mi hijo correr por el patio hasta llegar a sus brazos. No sabía que decirle a mi hija cada vez que me decía “¿mamá, cuándo dejaré de echar de menos a María José? Me negué a pensar que no la vería y empecé a planear unas vacaciones para ir a visitarla.
Con mi historia quiero decir a todos los que tenemos la suerte de pertenecer al Amor de Dios que, igual que yo encontré la plenitud, seguro que muchos la encontrareis en tantas hermanas que día a día enseñan, educan, abrazan y miran por nuestros hijos.
Gracias a mi Ángel que llenó mi vida de plenitud, que siempre confió en mi hijo, que desde el día uno hizo a mi hija la niña más feliz. Nunca olvidaré su último abrazo diciéndome que fuese fuerte.
Mil veces gracias por cambiar nuestras vidas. En Barcelona siempre te esperaremos.
Raquel Muñoz Martínez
Para María José Garralda